Y la gente que más va a sufrir son los pobres y la gente que más va a morir son los que menos recursos poseen.
No solo es Lima,
al principio se observaba el crecimiento abismal de la capital; pero ahora el
virus se mudó a las provincias, lugares con los presidentes regionales,
alcaldes o regidores más corruptos del país que desaparecen el presupuesto
designado en un abrir y cerrar de ojos. Esta tradición que permitió enraizar y
entrelazar el país con las más crueles espinas de la corrupción hoy da sus
frutos, frutos amargos, frutos muertos, frutos envenenados que nos hacen
preguntar: dónde está el hospital que nos prometieron, en dónde se encuentran
los profesionales aptos para afrontar estas circunstancias, en qué se invirtió
nuestros impuestos.
La gente sale no
porque quiere salir, sale por algo de dinero. Ya se le perdió el miedo al virus
y renació el miedo a la hambruna y este miedo nos hace olvidar y conformarnos
con el famoso: tal vez no sea tan malo o quizá mato a otras personas dado que
se encontraban en una situación de riesgo.
Puertas cerradas
por la corrupción que se comió la comida de ellos y no les permitió crecer como
los otros. Ahora ellos, los pobres, o los de provincia van a sufrir por un sistema
corrupto que se lleva sus vidas a cambio de unos millones que nuestros
gobernadores guardaron en sus bolsillos.
Solo nos queda
volver al lugar que habíamos dejado en lo profundo de nuestras memorias, la fe,
solo nos queda rezar y desear que esto acabe o que vuelve a la normal
anormalidad en que nos encontrábamos, no podemos hacer más, no poseemos
investigadores científicos que puedan hallar la cura, no nos encontramos en la
capacidad de quedarnos en casa y esperar un plato de comida, menos esperar que
nos salven en los hospitales, ahí ya colapsaron las camas y está en extinción
el oxígeno.
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